N.? 37

FEBRERO 2006

10

  

  

Una po閠ica del r韔

Juan L. Ortiz, revisitado

Alejandro Drewes

  

U

na de dos formas posibles, muy dis韒iles pero complementarias, de aproximaci髇 a una obra po閠ica es, sin duda, buscar su trazo esquivo, huidizo, en las generaciones posteriores, y un moroso an醠isis en paralelo de los motivos y de la imaginer韆 po閠ica. Mirada externa y mirada hacia lo 韓timo de la concepci髇 y de la estructura formal de la obra, que, como las notas finales de una sinfon韆 o las notas de un arpa antigua, en alg鷑 punto habr醤 de converger y entrelazarse como las ramas de los sauces sobre el Gualeguay de Juan L. Ortiz (1896-1978).

Sobre todo, es la segunda mirada la que arroja la imagen en el tiempo de un artista m醩 all?de corrientes y est閠icas, siempre al cabo superadas: en este caso, la imagen del poeta entre su casa y el r韔, recibiendo las visitas de Hugo Gola, Alfredo Veirav?o Carlos Mastronardi.

  
     

Mirada externa y mirada hacia lo 韓timo de la concepci髇 y de la estructura formal de la obra, que, como las notas finales de una sinfon韆 o las notas de un arpa antigua, en alg鷑 punto habr醤 de converger y entrelazarse como las ramas de los sauces sobre el Gualeguay de Juan L. Ortiz.

  

Ecos e influencias desde Juan L. Ortiz que, lejos de agotarse, se replican en una notable camada de poetas y narradores argentinos, desde Rodolfo Alonso a Edgar Bayley, pasando por Juan Gelman y Juan Jos?Saer.

Su personal decisi髇 publicar en ediciones de autor y en revistas literarias de baja circulaci髇 durante d閏adas, va a reportarle a Juan L. Ortiz una ignorancia casi absoluta de su obra por la cr韙ica y los ant髄ogos hasta comienzos de los a駉s ?0. La revista Zona, la colecci髇 Cap韙ulo (Buenos Aires, CEAL, 1967) y, finalmente, las compilaciones 40 A駉s de poes韆 argentina, de Isaacson y Urqu韆, (Aldaba, Buenos Aires, 1963) y Antolog韆 lineal de la poes韆 argentina, de Fern醤dez Moreno y Becco (Gredos, Madrid, 1968) dar韆n, por fin, luz a su obra para el gran p鷅lico durante su lapso vital.

El t韙ulo elegido por el poeta para la antolog韆 que reunir韆 la obra de su vida hasta entonces, En el aura del sauce, nos conduce, en forma bastante directa, a la segunda mirada, interior, sobre su escritura.

Se trata del mismo sauce que embellece los motivos de la pintura china tradicional; el mismo ―los mismos 醨boles―, que pueblan hoy y desde siempre las orillas del r韔 Gualeguay, en una casita a cuyas orillas viviera Juan L. Ortiz  (揓uanele? durante su vida. T韙ulo que, tal como evoca Daniel Freidemberg en el pr髄ogo a la antolog韆 de la Editorial Losada de Buenos Aires (2002), alude al sauce como al aura milagrosa, o bien como el vientecillo suave que cruza sobre el agua y bajo sus ramas. Tr韆da de tres elementos en donde el agua y su espejo toman el lugar predominante a trav閟 de la disposici髇 gr醘ica del poema, como el Paran? reflejado en este fragmento de El junco y la corriente:

  

            No s?nada de ti... nada de ti...

Es, acaso decirte enteramente, decir tus avenidas, s髄o,

                                                      al fin

                                   de silencios sin orillas,

que podr韆n ser, es verdad, derivaciones de gracia corriendo a redimir

                                                           oh Canals,

                                   la palidez del Norte?

  

                Es, por ventura, presentirte, siquiera,

el acceder 鷑icamente a las escamas de tus minutos,

                                                                 bajo lo invisible, a鷑,

                                                                               que pasa...

                o a las miradas de tus l醡inas

                                               o de tus abismos,

                en los vac韔s o en las profundidades de la luz,

                                                                        de tu luz?

  

Escritura en sus meandros y corriente de palabras que se reitera y vuelve desde el t韙ulo del primer poemario: El agua y la noche (1924-32). Discurso po閠ico  de enga駉sa sencillez, resultado parad骿ico, en todo caso, de una larga depuraci髇, y, al igual que el curso del r韔, sujeto a la prueba del tiempo, al horizonte personal e 韓timo de  su paso.

As? en esa misma sencillez aparente, el centro vital de la po閠ica de Juan L. Ortiz es el r韔 y su met醘ora ―de una manera tajante y a la vez delicada, tal como el Liffey atraviesa el tablero de ajedrez delirante del Ulysses de Joyce―, incluso por ausencia o por sin閏doques. As?es como la luna de Pek韓 se mira en su r韔, quiz醩 a la vez en el mismo espejado cristal del Gualeguay; los mismos sauces o sus sombras besan ambas orillas. Y el r韔 de la existencia, exacta r閜lica de que diera t韙ulo al texto de su gran disc韕ulo Juan Jos?Saer (Buenos aires, Alianza, 1991).

Precisamente, es Juan Jos?Saer quien nos da otra clave posible para entrelazar las dos miradas, al remarcar el sentido de la homogeneidad de dicha obra en la integraci髇 韓tima entre vida y escritura; en la vida como acto de 損reparaci髇 interna?al propio acto po閠ico.

En este sentido, no cabe entender, siguiendo cierta cr韙ica al uso, la obra desde un nuevo intento inviable y reduccionista de situar a Ortiz en una determinada corriente formal o est閠ica, al margen de su profundo conocimiento de las vanguardias, del surrealismo franc閟 en especial.

Apenas parece posible trazar un paralelo con otros grandes poetas  contempor醤eos fuera o m醩 all?incluso de las vanguardias ―a la vez antes y despu閟 de ellas― como en Ekel鰂, Montale o Eliot. As? m醩 all?de ejercicios de an醠isis cr韙icos riesgosos como los citados o la b鷖queda de motivos idealistas o sociol骻icos, como los ensayados en algunas de las antolog韆s mencionadas, u otros a鷑 m醩 forzados que lo han querido comparar con Macedonio Fern醤dez, cabe optar, en acuerdo con Saer, por comprender su po閠ica desde la mirada inocente: 獷l rasgo sobresaliente de su car醕ter era la bondad, una especie de compasi髇 c髎mica que lo induc韆 a considerar todo lo viviente como digno de amistad, de consuelo y de cuidado.?(Juan Jos? Saer, op. cit., 1991).

Mirada que entre otras podr韆 ser la mirada del maestro de Tao, y, en otro plano, la mirada de la infancia; la mirada que prefiere la po閠ica del arriba y el abajo y un tiempo mejor c韈lico que lineal antes que la mirada anal韙ica de la v韆 (menor) occidental. De esta manera, y desde su refugio entrerriano, hace de su aislado rinc髇 de provincia un mundo. Y en el mar azul y verde de su inmensidad, Juan L. Ortiz valoriza como recursos formales de su discurso po閠ico una opci髇 por el arte de lo iterativo y una alegor韆 de lo delicadamente mon髏ono.

Esta virtud de la mirada en profundidad la hallamos, por ejemplo, en este bello fragmento de Luna de Pek韓:

  

Sube la luna,

                        sube

en el filo del silencio...

Loto del silencio

                            de octubre?

  

Y algunas  espumas de los siglos, lejos,

nievan unas orillas

que ahondan m醩 y m醩, en una suerte de ceniza,

                                 unos pliegues de follajes...

Sube la luna,

                        sube

con toda la palidez de Octubre, sobre el sue駉

y frente a las monta馻s del Oeste...

    

Y yo tambi閚 sobre la ciudad, pero flotando

hacia un mediod韆 que fue

de p閠alos de cielo, ya, para el regreso de ellos...

                                                           para las miradas de ellos...

  

donde el poeta se reitera en una m閠rica irregular de versos largos, con frecuencia  de 14 ?15 s韑abas, que se alternan con versos cortos. Y donde los signos de interrogaci髇, en una f髍mula inusual para la lengua castellana, son en forma caracter韘tica s髄o finales, como dejando abierto el lugar donde comienza la pregunta, como si no alcanzara siquiera con el espacio fr醙il entre dos signos de interrogaci髇 para expresar el sentido de lo po閠ico en la Naturaleza.

Sin pretender abarcar, dentro de la complejidad de la obra de Juan L. Ortiz, m醩 que una aproximaci髇 consistente al lugar de la met醘ora del r韔 en su po閠ica, no es ocioso seguir su hilo de notas de flauta en los t韙ulos-leitmotivs de los tres 鷏timos poemarios: el ya citado El junco y la corriente; El Gualeguay y La orilla que se abisma, publicados, por primera vez, en El aura del sauce, en 1970, donde cada objeto y cada ser en el paisaje son vistos bajo la visi髇 del poeta en su correspondencia misteriosa, en la b鷖queda del sentido de una rec髇dita  armon韆.

As?nos vamos, con las notas solitarias de un grillo en la noche verde:

  

Un grillo, s髄o, que late el silencio.

            A su voz se fijan

            los resplandores

                                   err醫iles

            de las estrellas

que tienden hilos largos

            al desvelo de las flores, las hierbas, los follajes?

  

O es una tenue  voz aislada

    junto al arpa que forman esos hilos

               y que hace cantar la noche

con su 鷏timo canto

                        secreto?

  

amoroso y cuidado reflejo en meandros de la disoluci髇 del ser del poeta en el mundo natural, en el que cada una de las palabras se desprende con cuidado de su ingr醰ido peso, como las notas del arpa de invisibles dedos tocada.

Para cerrar este breve nota cr韙ica, nada mejor que recordar las propias palabras del poeta en sus notas autobiogr醘icas: 獳penas si somos agentes de una voluntad de expresi髇 y de ritmo que est?en la vida, en la vida de todos, en la vida del mundo y de las cosas?

  

   

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 V. N鷐ero 37. Febrero 2006. Director: Jos? Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2006 Alejandro Drewes. Reservados todos los derechos ?2002-2006 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga (Espa馻).

  

  

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