«El abogado y las peras», por José Antonio Molero

N.º 44

OCTUBRE 2005

10

  

  
  

El abogado y las peras

José Antonio Molero  

  

  

«Quien no desperdicia lo útil 

jamás carece de lo necesario.»

POPULAR

  

E

ra Matías un joven campesino que vivía en un pequeño pueblo de una sierra cuyo nombre no viene ahora al caso. Las penurias de aquellos tiempos y la precariedad de su familia le obligaban a levantarse cada mañana muy temprano para cultivar un modesto huerto familiar, donde trabajaba más de doce horas para obtener unos frutos que, luego, un hermano suyo menor que él se encargaba de vender en el mercado y lograr, de esta manera, algún dinero que les permitiese vivir con dignidad.

     

Las penurias de aquellos tiempos y la precariedad de su familia le obligaban a levantarse cada mañana muy temprano para cultivar un modesto huerto familiar

  

Pero el joven labriego no estaba contento con su labor. Pensaba que su trabajo era excesivo para el escaso beneficio que obtenía, sentimiento que se le agudizaba al comprobar que su amigo Julián, que trabajaba en la capital de la provincia, disfrutaba de una mejor calidad de vida, con menor esfuerzo y sacrificio.

En numerosas ocasiones, el amigo había intentado convencerle de que se trasladase con él a la ciudad, ya que le había conseguido un trabajo de ayudante de cocina en el mismo hotel en que Julián realizaba las labores de recepcionista. Entre las ventajas que presentaba la propuesta, las más atractivas para el infortunado amigo eran las de estar obligado a un trabajo que sólo requería un esfuerzo de sólo ocho horas por jornada y de percibir un salario bastante aceptable.

Matías no tenía idea alguna del oficio que su amigo le proponía, pero su carácter animoso y emprendedor había hecho de él una persona resuelta y decidida, y, así, pensaba que, poniendo mucho interés y empeño los primeros meses, no tardaría mucho en aprender una profesión que iba a reportarle un salario seguro y apartarle de las inclemencias de un trabajo a la intemperie.

A pesar de ello, y por vez primera, en su ánimo brotó la duda. No estaba muy convencido de la conveniencia de aceptar la propuesta de su amigo Julián. Como siempre hacía, se decidió por pedir consejo a su abuela Matilde, mujer a quien Matías tenía en gran aprecio y estima, y a la que siempre acudía cuando algún contratiempo se interponía entre él y el sueño, y en ninguna ocasión se había sentido defraudado, pues los consejos de su abuela eran el sazonado fruto de una experiencia de muchos años de vida.

Cuando acabó de referirle a su abuela las dudas que le embargaban, y como parecía que la tarde había enfriado un poco, ésta le invitó a sentarse a su lado, junto al fuego del hogar.

Por unos momentos, ambos permanecieron callados, con los ojos clavados en el crepitar de las ardientes astillas de madera de olivo, de donde parecía salir hacia arriba una legión de minúsculos duendecillos rojos cabalgando sobre veloces corceles grises para desvanecerse al momento.

Sin preámbulo alguno, rompió la abuela aquel improvisado silencio, y, sin razón aparente, comenzó a relatarle esta historia.

―Cierto abogado ―comenzó a decir la buena anciana― fue invitado a los festejos de una boda que se celebraba en su pueblo natal, un tanto distante de la ciudad en que vivía.

»Puesto en camino, el abogado encontró, al borde de la carretera, un cesto lleno de peras. Como era de mañana, le sobraba apetito para comer, pero lo cercano del banquete lo indujo a despreciar la fruta, y así, dando un puntapié al cesto, lo arrojó al lodo.

»Prosiguiendo la marcha, se encontró delante de un riachuelo que debía cruzar, pero tan crecido venía a causa de las lluvias que la corriente se había llevado el puente. No habiendo por allí ninguna barca que le permitiera la travesía, se volvió a casa por el mismo camino, sin haber comido nada.

»En tales circunstancias, el hambre empezó a acosar su vacío estómago a tal extremo que, al pasar delante de las peras, que ahora yacían revueltas en el fango, no tuvo más remedio que recogerlas y comerlas, después de haberlas limpiado una a una lo mejor que pudo.

Con un ligero golpe tos, la abuela dio por concluido su relato, para ceder de nuevo su atención a las persistentes llamitas cuyo calor ya se había hecho necesario.

―Poco rentable es el campo en estos tiempos que corren ―prosiguió la abuela―. He sido mujer y madre de labradores y sé que el valor de las cosechas apenas cubren los gastos a pesar de lo caro que resulta en ocasiones comprar en el mercado lo mismo que se ha vendido al pie del árbol. Los muchos intermediarios que meten las manos entre un punto y otro encarecen injustamente los frutos. Pero la tierra que engendró esos frutos siempre está ahí, siempre la tendrás fiel a tu servicio y jamás te abandonará. Por cada grano de trigo que le des, ella te devolverá cien, y, cuanto más la mimes con tu trabajo, más espléndida será contigo. A lo largo de mi vida, aunque hemos atravesado tiempos adversos, nuestra familia ha disfrutado de buenos momentos que la ha compensado de los rigores pasados. Y mientras en otras partes había necesidad, en nuestra casa jamás faltó un trozo de pan que llevarse a la boca... gracias a nuestras tierras, gracias al campo. Ya eres mayor y te considero un chico inteligente. Sopesa, pues, qué es lo más seguro para ti. Estoy segura de que sabrás optar por lo mejor.

Matías comprendió al momento lo que su abuela había querido decirle, y, levantándose de su asiento, encaminó sus pasos hacia la calle: había decidido permanecer en el pueblo y continuar trabajando la tierra, pero, desde ahora, con más ahínco y convencido del sentido de su labor.

Meses más tarde, una profunda crisis económica abatió miles de puestos de trabajo en las ciudades; sobre todo, en el sector de la hostelería. El pobre Julián fue uno de los afectados, a quien no quedó más remedio que regresar a su pueblo y acudir a Matías para ofrecerle su ayuda en las tareas campesinas.

Los dos amigos aunaron su esfuerzo y trabajaron durante años aquellos terrenos, que, gracias al trabajo y sacrificio de ambos, fueron creciendo cada vez más, hasta convertirlos en una gran finca, que hoy día permite a sus familias vivir con holgura y comodidad.

  

  

  

  

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José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga) ha cursado los estudios de Magisterio y Filología Románica en la Universidad de Málaga, en donde ejerce en la actualidad como profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas. Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección de GIBRALFARO, revista digital de publicación mensual patrocinada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga.

  

  

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año V. Número 44. Octubre 2006. Director: José Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright © 2006 José Antonio Molero Benavides. Reservados todos los derechos © 2002-2006 EdiJambia & Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de Málaga. 29071 Málaga (España).

  

  

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