A modo de proemio
En esta ocasi髇, quisiera participaros otro de esos cuentecillos que tengo recogidos. No s?deciros
ahora si 閟te es fruto de una redacci髇 obligada
durante mi paso por el Instituto o se debe al recuerdo
de la lectura de alg鷑 libro ya olvidado: a estas fechas, soy incapaz de
revelaros su origen. Lo encontr?hace unas
semanas escrito, junto a otras cosas m韆s, en un
cuadernillo amarilleado por el implacable paso
del tiempo. Intuyo que, en el momento en que lo
redact?para evitar su olvido, procur?darle un
estilo sencillo, directo y ameno (no s?si fue
un logro), a costa, como ver閕s, de resultar un
tanto remilgado y salirme de las nuevas
orientaciones estil韘ticas. Soy consciente, por
tanto, de que esta manera de redactar ya no se
lleva, pero ha sido voluntad m韆 darle esa
forma: para el cuento os pido el indulto; yo soy
el reo. Reconocida, pues, toda mi culpa, ru間oos
benevolencia y comprensi髇 a la hora de llevarme
ante el Santo Oficio.
El cuento es el siguiente:
n un pueblo de la provincia de M醠aga resid韆
hace tiempo un matrimonio con dos hijos:
Fernando, de nueve a駉s, y Alfredo, de siete.
Estos dos ni駉s estaban tan unidos por el amor
fraternal que ni en el colegio, ni en su casa,
ni en sus juegos se los ve韆 nunca separados.
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Juegos de ni駉s: El paso (h. 1780).
Oleo sobre lienzo.
Francisco de Goya |
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A pesar de esta uni髇, sus caracteres eran muy
distintos. Fernando era obediente, juicioso y
aplicado. Alfredo, por el contrario, era algo
desobediente, bastante desatento y muy
distra韉o. Por este motivo, Fernando ten韆 en el
colegio el reconocimiento de su maestro y de sus
condisc韕ulos, y Alfredo, en cambio, hab韆 sido
reprendido en no pocas
ocasiones por haber re駃do con alguno de sus compa馿ros.
Lleg?la onom醩tica de Rafael, un compa馿ro de
colegio, cuya madre, se駉ra de gran refinamiento
y muy amante de los ni駉s, tuvo el gusto de
invitar a una comida a todos los compa馿ros de
clase de su hijo para celebrar las buenas notas
alcanzadas en sus 鷏timos ex醡enes. Sabiendo la
se駉ra que Fernando deb韆 ser uno de los
convidados y que disfrutar韆 poco si Alfredo no
le acompa馻ba, mand?recado de invitaci髇 para
los dos hermanos.
Por la ma馻na, y tras tomar un espl閚dido
desayuno preparado con gran exquisitez por
la madre del
anfitri髇, que fue muy celebrado por los j髒enes
comensales, se reunieron todos los invitados en
el jard韓 de la casa, donde pasaron muy bien el
rato corriendo y jugando.
Llegada la hora de comer, llamaron a los ni駉s y
los colocaron alrededor de una gran mesa, donde
les sirvieron los m醩 excelentes manjares. Todos
aquellos ni駉s, excepto Alfredo, luc韆n en su
pecho el premio concedido a su aplicaci髇 y
comportamiento.
Al terminar la comida, la se駉ra de la casa tuvo
para sus peque駉s invitados cari駉sas palabras
de alabanza y est韒ulo. Al fijarse en Alfredo,
le pregunt?a qu?se deb韆 el no haber obtenido
ning鷑 premio. El ni駉 se encogi?de hombros, y
hasta se atrevi?a contestar que el maestro le
quer韆 mal.
―No es as? se駉ra ―intervino Fernando―. Aunque
se trata de mi hermano, creo que es obligaci髇
m韆 decirle a usted que a Alfredo no le dan
buenas calificaciones porque se pasa todas las
horas de la clase incordiando a sus compa馿ros,
impidi閚doles estudiar y hacer sus deberes, y
murmura de ellos con frecuencia, imput醤doles
ante el maestro travesuras que no han hecho.
Adem醩, no tiene libros de estudio porque los ha
perdido, y tiene muy disgustados a nuestros
padres.
Alfredo, avergonzado, baj?los ojos, y la se駉ra,
haci閚dose cargo de la aflicci髇 del ni駉, le
dijo amablemente:
―No est?bien eso que has dicho. El maestro os
quiere a todos lo mismo, y su mayor deseo ser韆
poder premiaros a todos y no tener que castigar a
ninguno. Tu hermano y tus compa馿ros, por haber
estudiado mucho, disfrutan de la satisfacci髇
del deber cumplido, y t?sufres las
consecuencias de tu falta de aplicaci髇. S?que
eres bueno e inteligente; si desde ahora mismo
te propones firmemente seguir el ejemplo de tu
hermano, ver醩 c髆o el a駉 pr髕imo asistes a
esta fiesta luciendo m閞itos iguales a los
de tus compa馿ros. Y
ten por seguro que todo esfuerzo que hagas ahora
por saber m醩 tendr?al final su justa
recompensa.
Tanta impresi髇 causaron en Alfredo estas
palabras que, en aquel mismo momento, hizo el
prop髎ito de corregirse y prometi?enmendarse,
lo que le vali?un cari駉so beso de aquella
se駉ra.
Y tal fue su empe駉 y constante af醤 por
distinguirse en los ex醡enes que, al a駉
siguiente y en igual d韆, pudo sentarse muy
ufano en la misma mesa, ostentando en su pecho
un premio de sobresaliente de los primeros que
se concedieron.
Entonces fue cuando aquella buena se駉ra le
sent?a su lado, le colm?de besos y elogios y
le regal?una magn韋ica cartera con sus
iniciales para que conservara en ella el
certificado de su brillante examen.
Cuando Alfredo lleg?a ser hombre, dec韆 a todo
el mundo que ten韆 y adoraba a dos madres: la
suya y la de su compa馿ro y amigo Rafael.
Bien. Una simpleza; ya os lo hab韆 pronosticado.
Como habr閕s comprobado, carece de m閞ito
literario; tampoco pretende tenerlo: el valor de
este relato est?en el ejercicio de una
redacci髇 ejemplificadora.